Popayán, marzo de 1897 – Bogotá, 22 de julio de 1980.
VOLVER A VERTE
Volver a verte no era sólo
un ligero y constante empeño,
sino anudar, dentro del alma,
un hilo roto del ensueño.
Volver a verte era un oscuro
presentimiento que tenía
de hallarte ajena y sin embargo
seguir creyendo que eras mía.
Volver a verte era el milagro
de una dulce convalescencia
cuando todo, el alma desnuda,
vuelve más bello de la ausencia.
Volver a verte, tras la noche
impenetrable del abismo,
era hallar en tus ojos una
imagen vieja de mí mismo.
Y encontrar, en el hondo pasado,
días más bellos y mejores,
como esa carta en cuyos pliegues
se conservan algunas flores.
Volver a verte era mostrarme
la pena que está congelada,
como bruma de tarde hermosa,
en el azul de tu mirada.
Y, ya lo ves, del largo viaje
regreso más puro y más fuerte,
porque dormí toda una noche
en las rodillas de la muerte.
Porque yo miraba en tus ojos
un cielo de cosas pasadas,
como en el agua de las grutas
se ven ciudades encantadas.
Y porque vi tu clara imagen,
entre un nimbo de luz serena,
como jamás, a ojos mortales,
se apareció visión terrena.
Volver a verte era un oscuro
presentimiento que tenía
de hallarte ajena, y sin embargo,
seguir creyendo que eras mía.
TÚ Y LA NOCHE
En esta clara noche de diamante,
sobre tu blanco seno mi cabeza,
tengo del infinito la certeza
con solo oír tu corazón amante.
Un eco de ese cielo destellante
es lo que escucho en ti. De esa grandeza
participa tu diáfana belleza,
y de esa eternidad eres instante.
Consagrada te encuentras para el rito
inmemorial. Tu corazón aspira
a la sacra unidad del infinito.
Al mismo tiempo que la noche santa
por tu piel aromática respira,
y agolpa su temblor en tu garganta.
SEREMOS TRISTES
Oye, seremos tristes, dulce señora mía.
Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza.
Triste como ese valle que a oscurecerse empieza,
tristes como el crepúsculo de una estación tardía.
Tendrá nuestra tristeza un poco de ufanía
no más, como ese leve carmín de tu belleza,
y juntos lloraremos, sin lágrimas, la alteza
de sueños que matamos estérilmente un día.
Oye, seremos tristes, con la tristeza vaga
de los parques lejanos, de las muertas ciudades,
de los puertos nocturnos cuyo faro se apaga.
Y así, bajo el otoño, tranquilamente unidos,
tú vivirás de nuevo tus viejas vanidades
y yo la gloria póstuma de mis triunfos perdidos.
TIEMPO DE LUZ
Tiempo de luz, pero de luz soñada,
distinta de esta claridad terrena
que los abismos del espacio llena
y enciende, en cada espiga, su alborada.
Tiempo de luz, pero de luz velada
al mortal que, en la bóveda serena,
descifra el signo de su larga pena,
al nacer de los siglos decretada.
Tiempo de luz, pero de luz divina,
cuajada en horizontes interiores
y que otros bellos mundos ilumina.
¡Oh luz de eternidad! bien diferente
de esta luz que es hermana de las flores,
porque sabe morir tan dulcemente.