Rafael Maya

Rafael Maya

Popayán, marzo de 1897 – Bogotá,  22 de julio de 1980.

 

VOLVER A VERTE

 

Volver a verte no era sólo

un ligero y constante empeño,

sino anudar, dentro del alma,

un hilo roto del ensueño.

 

Volver a verte era un oscuro

presentimiento que tenía

de hallarte ajena y sin embargo

seguir creyendo que eras mía.

 

Volver a verte era el milagro

de una dulce convalescencia

cuando todo, el alma desnuda,

vuelve más bello de la ausencia.

 

Volver a verte, tras la noche

impenetrable del abismo,

era hallar en tus ojos una

imagen vieja de mí mismo.

Y encontrar, en el hondo pasado,

días más bellos y mejores,

como esa carta en cuyos pliegues

se conservan algunas flores.

 

Volver a verte era mostrarme

la pena que está congelada,

como bruma de tarde hermosa,

en el azul de tu mirada.

 

Y, ya lo ves, del largo viaje

regreso más puro y más fuerte,

porque dormí toda una noche

en las rodillas de la muerte.

 

Porque yo miraba en tus ojos

un cielo de cosas pasadas,

como en el agua de las grutas

se ven ciudades encantadas.

 

Y porque vi tu clara imagen,

entre un nimbo de luz serena,

como jamás, a ojos mortales,

se apareció visión terrena.

 

Volver a verte era un oscuro

presentimiento que tenía

de hallarte ajena, y sin embargo,

seguir creyendo que eras mía.

 

 TÚ  Y  LA  NOCHE

 

En esta clara noche de diamante,

sobre tu blanco seno mi cabeza,

tengo del infinito la certeza

con solo oír tu corazón amante.

 

Un eco de ese cielo destellante

es lo que escucho en ti.  De esa grandeza

participa tu diáfana belleza,

y de esa eternidad eres instante.

 

Consagrada te encuentras para el rito

inmemorial.  Tu corazón aspira

a la sacra unidad del infinito.

 

Al mismo tiempo que la noche santa

por tu piel aromática respira,

y agolpa su temblor en tu garganta.

 

SEREMOS  TRISTES

 

Oye, seremos tristes, dulce señora mía.

Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza.

Triste como ese valle que a oscurecerse  empieza,

tristes como el crepúsculo de una estación tardía.

 

Tendrá nuestra tristeza un poco de ufanía

no más, como ese leve carmín de tu belleza,

y juntos lloraremos, sin lágrimas, la alteza

de sueños que matamos estérilmente un día.

 

Oye, seremos tristes, con la tristeza vaga

de los parques lejanos, de las muertas ciudades,

de los puertos nocturnos cuyo faro se apaga.

 

Y así, bajo el otoño, tranquilamente unidos,

tú vivirás de nuevo tus viejas vanidades

y yo la gloria póstuma de mis triunfos perdidos.

 

TIEMPO DE  LUZ

 

Tiempo de luz, pero de luz soñada,

distinta de esta claridad terrena

que los abismos del espacio llena

y enciende, en cada espiga, su alborada.

 

Tiempo de luz, pero de luz velada

al mortal que, en la bóveda serena,

descifra el signo de su larga pena,

al nacer de los siglos decretada.

 

Tiempo de luz, pero de luz divina,

cuajada en horizontes interiores

y que otros bellos mundos ilumina.

 

¡Oh luz de eternidad! bien diferente

de esta luz que es hermana de las flores,

porque sabe morir tan dulcemente.