Miguel Rash Isla por Ricardo Rendón
Barranquilla, 9 de febrero de 1887 – Bogotá, 6 de octubre de 1953
EL PRIMER PASO
Con paso temeroso e indeciso
inicias sobre la tierra aleve,
la marcha incierta, prolongada o breve,
que el designio de Dios fijarte quiso.
Me invade al verte andar, miedo improviso…
ignoro a dónde el porvenir te lleve
y en cada avance de tu planta leve
pierdes un palmo más de paraíso.
Si por la gracia del amor pudiera
un gran milagro obrar, con dicha cuánta
en tu inocente edad te retuviera.
Mas si no puede ser, el pie adelanta,
pero con suavidad, como si fuera
mi alma la tierra que hollará tu planta
En la gran penumbra de la alcoba,
todo indecisamente sumergido,
y ella, desmelenada, en el mullido
y perfumado lecho de caoba.
Tembló mi carne -¡enfebrecida loba!-
y arrobéme en el cuerpo repulido,
como en un jazminero florecido
una alimaña pérfida se arrroba.
Besé con beso deleitoso y sabio,
su palpitante desnudez de luna…
y en insaciada exploración, mi labio
bajó al umbroso edén de los edenes,
mientras sus piernas me formaban una
corona de impudor sobre las sienes.
Dos columnas pulidas, dos eternas
columnas que relucen de blancura,
forja la línea, irreprochable y pura,
como trazada en mármol, de tus piernas.
Con qué noble prestigio las gobiernas,
cuando al marchar solemne de hermosura,
imprimes a tu cuerpo la segura
majestad de las Venus sempiternas.
Y cuando inmóvil, luminosa y alta,
en desnudez olímpica, te ofreces,
entre tus muslos de marfil resalta
como una sombra el bosquecillo terso
de ébano y seda, el cual guareces
el tesoro mejor del universo.
sobre el busto de mármol se contornan los
senos,
y apartando con nimias complacencias la
bata,
succionó los erguidos pezones de escarlata:
pomos se acendran invisibles venenosos.
Ella ciñe los muslos, vigorosos y plenos,
donde el sexo apremiado se defiende y recata,
mientras se contorsiona con lujurias de gata,
al roce de mis labios que la exploran
obscenos.
A un desmayo de toda su belleza vibrante,
logra mi mano intrusa desligar un instante
de sus piernas esquivas el frenético nudo.
Y de todas mis ansias en el ímpetu ciego,
busco el cáliz virgíneo de su cuerpo desnudo,
y a una lenta tortura de puñales lo entrego.