Cali, República de la Nueva Granada, abril 1 de 1837 – Ibagué, abril 17 de 1895
Cali, ciudad de las añosas palmas,
do se mece intranquilo el aquilón,
te has dormido al arrullo de las aguas
que dan a tus campiñas su verdor;
¡ay! te has dormido, de llorar cansada,
y tienes en tu sueño por cojín
estas colinas, horas solitarias,
do huyeron tardes de mi edad feliz.
¡Mucho lloraste…! En el extraño suelo
amargo llanto derramé también;
y soy donde nací casi extranjero,
si me niegas tu abrigo ¿dónde iré?
¿En dónde, en dónde encontrarán mis ojos
de tu hondo valle el horizonte azul,
tus bosques de perfumes misteriosos,
tu limpio cielo, de tu sol la luz?
¿Dónde el recuerdo de las leves horas
que engalanaba para mí el amor,
si sólo de tus noches a la sombra
se encuentra mi angustiado corazón?
Soles quemantes, cuya luz doraba
los lagos de la pampa en el confín;
y más allá las cumbres azuladas,
y aún más lejos cielos de turquí.
¿Acaso nunca volveré a encontraros
como en mi ardiente adolescencia ya?
Tristes como el que miro en el ocaso,
cuántos mis ojos descender verán…
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Tarde a tus hijos sollozante llamas,
desierta te contemplo desde aquí,
y en ruinas los hogares que abrigaban
a un pueblo noble, intrépido y feliz.
Y te he mirado en las sangrientas lides
lanzándote al combate en tu furor,
limpiar tu alfanje en las nevadas crines
de tu corcel, rival del aquilón;
vibraba, cual del rayo el estampido,
tu voz en el estruendo de la lid,
ahogando, cual de débil caramillo
el belicoso acento del clarín;
siempre el ijar el acicate hiriendo,
daba tu casco deslumbrante luz;
sobre él rizaba tu pendón el viento…
¡nadie a herir se atrevió do heriste tú!
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Te vuelvo a ver doliente, abandonada,
tus lauros destrozados a tus pies;
dormida empuñas las melladas armas,
y aun ciñe el yelmo tu abatida sien.
Tus campos de batalla he recorrido,
que atraviesa medroso el labrador
cuando lanza sus rayos mortecinos
desde las cumbres de occidente el sol.
De tus guerreros visité las tumbas…
Sobre esas breñas a rodar aún
va el buitre hambriento que osamentas busca.
Héroes sin gloria… ¡Túmulos sin cruz!
Julio de 1864
¿SOLO AMISTAD?
A la eterna amistad que así me juras,
tu desdén y tu olvido yo prefiero;
¿sólo amistad tus ojos me ofrecían?
¿sólo amistad mis labios te pidieron?
De tu perjurio, en pago mi perjurio,
de tu cobarde amor, mi amor en premio
demandas hoy, ¡ahora que arrancarte
de mi humillado corazón no puedo!
Si no he soñado que te amé y me amaste,
si esa felicidad no ha sido un sueño
y nuestro amor fue crimen… ese crimen
a mi vida te unió con lazo eterno.
Cuando a la luz del arrebol dorado,
de la verde ribera en los oteros
silvestres flores para mi cogías
con que adornaba yo tus bucles negros;
cuando en la cima del peñón, el río
a nuestros pies rodando turbulento,
libre como las aves que cruzaban
el horizonte azul con tardo vuelo,
te oprimí temblorosa entre mis brazos
y enjugaron tus lágrimas mis besos…
¿Sólo amistad entonces me ofrecías?
¿Sólo amistad mis labios te pidieron?
Feliz quien ve las horas
de su vejez tranquila
pasar acariciando
su prole bendecida;
quien al campo nativo
do el lento buey aún guía,
pide a un césped tan sólo
¡que cubra sus cenizas!
Cuando el sol en oriente
las cumbres cristalinas
de las montañas dora
y argenta la campiña,
el venerable anciano
de la heredad vecina
con trabajo recorre.
las alfombradas ribas.
Sentado sobre el tronco
do su cansancio alivia,
algún recuerdo grato
parece que acaricia.
Gozosa le acompaña
su nieta preferida,
llenando sus vestidos
de azules batatillas.
-¡Ay! ¡mira, papá, cuántas!
¡Azules todas, mira!
Para mamá las tuyas,
para el altar las mías.
-¿Y tú rezaste anoche?
-Si me quedé dormida
oyendo un cuento!… Dime,
¿se ve el mar de allá arriba?
-Detrás de aquellas sierras
el mar está, hija mía.
-Eso es: allí es que se hallan
aquellas cosas lindas.
-¿Qué cosas? –Pues corales
y perlas igualitas
como esas de que tiene
mamá una gargantilla.
-¿Te gustan los corales?
-El cuento es que una niña
que se llamaba… ¿Cómo?
Di tú que se me olvida.
-¿Qué cuidaba los pobres?
-Esa es, sí, sí: la misma,
en su palacio de oro
del mar en las orillas.
El venturoso abuelo
escucha con delicia
los sueños infantiles
de la preciosa niña.
Allí también pasaron
de su niñez los días
y pasan los postreros
de su vejez tranquila.
1860
LA VUELTA DE LA PALOMA
Paloma que di a la aldeana
que se goza en mi martirio,
pronto vuelves a posarte
sobre mi techo pajizo.
Triste vuelves, que tu arrullo
de dolor es claro indicio.
Ven y llora junto a mí,
que así lloraré contigo.
Ven y cuéntame tus penas
y causa de su desvío;
ven y pósate en mis hombros,
que aun desdeñada te envidio.
El perfume de sus manos
traerá tu plumaje lindo,
o bajo el ala de nieve
de sus cabellos un rizo.
¿Te ha guardado en su regazo
de los rigores del frío?
¿Sobre su seno turgente
insensible habrás dormido?
Tu sabes cuán deliciosos
son sus labios purpurinos,
porque acaso muchas veces
aprisionaron tu pico.
Paloma, vuélvete a ir
a contarle cómo vivo
en las ásperas montañas
por su sombra perseguido;
que he formado para ella
de bellísimas y mirtos
una gruta en que las flores
que más le agradan cultivo;
que aquí el bosque es silencioso,
puro el cielo, manso el río,
embriagadoras las auras
y los lagos cristalinos;
que cuando la luna baña
los follajes movedizos,
oigo su voz en el viento
y en las sombras su suspiro.
¡Ay! si tardas, cuando vuelvas
harás de tu amor el nido
en el soto de cipreses
do cavo el sepulcro mío.
Pero antes deja a mi boca
besar tu rosado pico,
y haz que pronto ella lo oprima
con sus labios purpurinos.
1861