Editorial | Imaginación y memoria: los otros nombres de la libertad, por Pedro Alejo Gómez Vila | 8 |
La Poesía es la libertad | Autonomía del sujeto en el arte, Affonso Romano de Sant´Anna Poemas de Affonso Romano de Sant´Anna |
12 |
La libertad o el elogio del papel, por Juan Manuel Roca Poemas de Juan Manuel Roca |
38 | |
La Libertad esposada con la poesía, por Jotamario Arbeláez Poemas de Jotamario Arbeláez |
47 | |
Todas las libertades y ninguna, por Santiago Mutis Un Poema de Santiago Mutis |
60 | |
Matar al dragón, por Omar Ortiz Forero Poemas de Omar Ortiz Forero |
67 | |
La poesía, crítica para la libertad, por Rafael del Castillo Poemas de Rafael del Castillo |
74 | |
La libertad en la poesía y en la historia, por Maruja Vieira Poemas de Maruja Vieira |
80 | |
Conferencias para la libertad | Soy una cárcel con una ventana, por Celedonio Orjuela Duarte Un poema de Celedonio Orjuela |
90 |
Rapsodia para José Lezama Lima (ese otro misterio que nos acompaña), por Alberto Rodríguez Tosca Un poema de Alberto Rodríguez Tosca |
103 | |
Bolívar en la poesía y la música, por Carlos Barreiro Ortiz | 117 | |
Concurso nacional “la poesía es la libertad” | Poemas Premiados | 142 |
XVIII Festival Internacional de Poesía de Bogotá | Ida Vitale, por Juan Gustavo Cobo Borda Poemas de Ida Vitale |
151 |
Ledo Ivo, por Juan Gustavo Cobo Borda Poemas de Ledo Ivo |
156 | |
La exigencia de la realidad en la poesía de Rafael Cadenas, Por Francia Elena Goenaga Olivares Poemas de Rafael Cadenas |
162 | |
Lírica y taumaturgia de Antonio Porpetta, por Maruja Vieira Poemas de Antonio Porpetta |
168 | |
Lecturas de Poemas | El cielo y el alacrán. La poesía de José Ángel Leyva, por Juan Manuel Roca Poemas de José Ángel Leyva |
174 |
Samuel Serrano, tras de la tinta oscura, la sombra o la palabra, por Hernán Vargas Carreño Poemas de Samuel Serrano |
179 | |
Cien años de Arturo Camacho Ramírez (1910-2010) | La edad de los muertos, por Pedro Alejo Gómez Vila | 189 |
Luna de Arena para un recuerdo, por Ernesto Samper Pizano | 193 | |
Retrato de memoria, por Álvaro Castaño Castillo | 196 | |
Lectura del poema “La vida pública”, Arturo Camacho Ramírez | 200 | |
Apéndice | Colaboradores, programación, publicaciones | 213 |
IMAGINACIÓN Y MEMORIA: LOS OTROS NOMBRES DE LA LIBERTAD
Respirar es juzgar.
Albert Camus
Al cabo, la celebración del Bicentenario no es más que la conmemoración de un episodio en la historia del país; la independencia es otra cosa. Celebrar una independencia a la que aún no hemos llegado es apresurar las credenciales. Por ello me ha parecido que lo atinado es llamar a una reflexión sobre la libertad y su destino.
La independencia que ahora se celebra es una vetusta pieza de museo. Sirve tanto para entender el mundo en que vivimos como la concepción geocéntrica del universo para explicar la teoría de la relatividad. El panorama ha cambiado sustancialmente. El poder se ha desplazado. Otros son sus instrumentos. Las estrategias y las tácticas se despliegan en otros terrenos. Hoy los presupuestos de tantas compañías multinacionales rebasan con creces los de muchos países. La publicidad y la propaganda han renovado el arsenal. La sicología individual y de masas proveen nuevas municiones. Mejor que disparar, distraer: colarse por los resquicios de la atención. El nuevo botín son las imprentas, los medios de comunicación. La comunicación entre las provincias sólo puede surtirse a través de la metrópoli, era la regla de la Colonia: lo sigue siendo. Mejor que conquistar territorios, desvanecer las fronteras. Hoy las fronteras están en las vísperas del museo.
El poder se confunde con sus instrumentos. Su historia es la de esos instrumentos y va desde los cepos y las mazmorras hasta los refinamientos de la escena. Hay un teatro del poder que permite gobernar sin sangre. Es incruento, pero eficaz. Existe, pero no es fácil identificarlo. Se ve según lo que enseña, y no muestra sino lo que quiere enseñar. Se obra según sus dictados y el resultado que produce lo confirma. “El mundo entero es un escenario”, lo dijo Shakespeare para siempre. Sólo que la escena se confunde con lo que muestra. Y así, cíclicamente, se repite como el espejo repite la cosa, y en ese reflejo, en esa repetición, se consolida. Disparar resuena en otros tiempos. El combate no puede librarse con armas anacrónicas.
En un momento las brujas eran quemadas en la hoguera porque antes se habían quemado brujas en la hoguera. Las teorías circulan como monedas; son, a la postre, instrumentos. Nada son sino representaciones y como todas las representaciones muestran no más lo que quieren señalar. Más que bello es exacto el proverbio zen: “Mejor conocer el rostro que saber el nombre”. O, si se quiere, el otro: “No es posible confundir la luna con el dedo que la señala”. Tarda ver lo que las teorías no muestran. También los errores son verdad. Los errores son tan precisos como la verdad. Es necesario aprender a ver. Sólo el mundo lo enseña.
“La verdad os hará libres”, declaró el apóstol Juan. Sin duda esa sentencia tiene un preciso anclaje en los evangelios y un sentido religioso, pero también sola, suelta como un pájaro de luz, resplandece por los siglos y alcanza entera la vida. La realidad, para quien padece el error, se vuelca en contra.
Fuera del conocimiento no hay libertad. La historia de la libertad es la de la conciencia. Sólo la elección consciente permite su ejercicio. Es indeterminable el alcance de lo que podemos llegar a conocer. Por ello las fronteras de la libertad son indefinibles.
Siempre valdrá la advertencia de Conrad en El corazón de las tinieblas: “La fuerza no es más que una casualidad nacida de la debilidad de los otros”. Ello es así, sólo que el poder gobierna a quien lo detenta del modo en que los alcaides de prisión son súbditos de los presos que vigilan. Napoleón encontró a Moscú desierta.
La estructura social es, apenas, una condición que propicia la libertad, pero no es la libertad. La libertad sólo existe por su ejercicio; no es un don sino una conquista. Su ejercicio la crea y le da vida.
II
Cratilo, según Aristóteles en la Metafísica, creía en última instancia “que uno no debería decir nada en absoluto, sino apenas señalar las cosas con el dedo”. Igual habría sido que hubiera dicho que nada debería pensarse, ni recordarse, porque el que piensa o recuerda se dice íntimamente las cosas. También habría podido decir que nada debería hacerse porque hacer algo es un modo de decirlo. Y, así, siguiendo su parecer, nada habría que señalar. Nada, entonces, habría sino silencio y el único relato exacto del silencio es el silencio mismo.
Pero lo cierto es que se recuerda como respirar, que el pensamiento es otro modo de respiración y es la vida en el tiempo. Y que sin imaginación no habría elección posible y sin ella los pájaros que desaparecen de la vista caerían en un abismo sin esperanza, igual que si se estrellaran contra la luz. No hay vida sin memoria. De todos los recuerdos, el cuerpo es el más antiguo. No hay vida sin destino. Nada habría sin destino sino oscura muerte.
La memoria es un modo de la libertad porque nos permite averiguar el origen. Y sin conocer el origen es imposible saber lo que somos. La imaginación es un modo de la libertad porque nos permite trazar el destino. La imaginación y la memoria son los otros nombres de la libertad. También la imaginación es fuente de conocimiento. Tanto el pasado como el futuro son materia de averiguación. En ellos nos descubrimos. En parte nos descubrimos y en parte nos inventamos, a nosotros mismos y a los otros.
El presente guarda memoria íntegra del pasado. Otro sería el universo si un sólo hecho distinto hubiera ocurrido. Si en lugar de ordenar la construcción de la Gran Muralla, el Can en el instante en que la ordenó hubiera atrapado la mariposa de un sueño también su acto habría durado para siempre.
Esta noche, cada noche; éste instante, cada instante, es el primero de la incesante eternidad.
Lo que el hombre sabe del universo lo sabe de sí, porque son uno y el mismo. A fin de cuentas la tierra es un cíclope y su ojo el hombre.
PEDRO ALEJO GÓMEZ
Noviembre 11, 2010
LUNA DE ARENA PARA UN RECUERDO
Buenas noches… Agradezco a la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá que, quitándonos la luz, haya hecho caso a mi solicitud silenciosa para que fuera más breve esta intervención. De modo que voy a tener menos dificultades para hablar en esta Casa de Poesía en la que alguien escribió alguna vez, a propósito de otra oscuridad: “Y eran una sola sombra larga/ y eran una sola sombra larga/ y eran una sola sombra larga”.
Cuando Pedro Alejo me propuso la idea, me sentí halagado. No por ese síndrome de poder que tenemos los expresidentes sino por el cariño que le tengo a la poesía de Arturo Camacho Ramírez y a sus hijos. Cuando comencé a organizar lo que pretendía decir me sentí como si hubieran invitado a Pedro Alejo a hablar sobre “la regulación cambiaria” en el Banco de la República. Así me estoy sintiendo yo esta noche.
Éste es simplemente un intento de rendirle un homenaje al papá de unos amigos. Con Ramírez Camacho no tuve una relación muy estrecha, si acaso un par de anécdotas. Recuerdo que alguna vez estaba la familia esperando que llegaran los derechos de autor para poder pagar el colegio, remontar los zapatos (en esa época no se compraban zapatos sino se mandaban remontar), más otras necesidades domésticas. Estaba Olguita en ascuas esperando, cuando aparece Arturo con una porcelana en la que invirtió ese dinero porque le pareció maravillosa.
Mientras pensaba en cómo empezar esta charla, recordé una frase de Belisario cuando le pregunté cómo hacía uno para dar sus discursos, y me respondió: “Eso es muy sencillo, uno se para en el balcón, mira desafiante a la multitud, le dices señoras y señores, y por ahí se va metiendo”. Entonces entro al tema de Arturo Camacho empezando por la Guajira. Yo conocí el mar en la Guajira, y no el mar en abstracto sino el de la Guajira, que es distinto a todos los mares. Allí en la Guajira tenía sus negocios mi bisabuelo Nelson Gnecco (lo que hoy conocemos como “contrabandistas”), padre de mi abuela Mayita Gnecco. Y entre Riohacha, Manaure, Nazareth, el Cabo de la Vela, Uribia, las Misiones, que eran unos reductos semieclesiásticos, conocí un verbo que después se hizo famoso: “Enguajirarse”. Enguajirarse es, como podría decir Arturo, “untarse de Guajira”.
“Enguajirarse” es un verbo que acuñaron personas que llegaban a la Guajira y se dieron cuenta de que ocho días en un chinchorro con cuatro indias al lado, tomando whisky sin agua, que es mucho menos costoso que el whisky con agua, y entre la sal, la arena, el sancocho de chivo, el famoso friche, uno se va “enguajirando”, y en consecuencia quedándose. Bien lo dice Arturo en su libro Luna de arena, mi preferido: “El whisky vierte lágrimas sobre los mostradores y la ginebra sonríe como una niña muerta”.
Con esto quiero decir que si de la mano de mi padre aprendí o conocí el mar, de la mano de Luna de arena aprendí a sentir lo que era la Guajira. Luna de arena es una tragedia con mucho de García Lorca, muy influida por Neruda, sin duda el verdadero amigo de Arturo Camacho en Colombia.
La novela en verso incluye personajes elementales: una princesa guajira que se llama Adelina; un extranjero: Claudio y, por supuesto, un enamorado: Bautista. Todo transcurre alrededor del tema de los celos. Ahí leí la descripción más exacta que se haya hecho sobre la Guajira: “Aquí está contra su pecho la Guajira/, que tiene labios de sal y espumas en las pupilas/, corazón de yotojoro, sangre, leche y agua indígenas/, ay la Guajira, lágrimas de aire y arena/, espíritu de ceniza con amplias venas de sed/ entre angustia y agonía/, agua de la muerte única que calma tu sed, Guajira/, doncella de amor siniestro violada y escarnecida/ sin más ley que la aventura ni más Dios que la conquista”.
Es una descripción perfecta de lo que uno siente y cómo se entiende la Guajira cuando se la conoce. El desenlace de la obra es obvio: Adelina se enamora de Claudio, y en la ley Guajira está prohibido enamorarse de extraños. “Adelina conoces nuestra tierra/, nuestra gente y el mar que la domina/, es inútil amar la sangre ajena/ y esto es ley inexorable de la Guajira”. Uno de los versos más emblemáticos de Luna de arena y de la Guajira dice: “Es mucha tierra para tanta prisa”.
Ésa es la mejor definición que yo he encontrado sobre la Guajira. Me volví a encontrar con Luna de Arena en un concurso sobre el verso más bello de Colombia, y la gente votaba, y para mi sorpresa coincidió el verso ganador con uno que a mí siempre me había fascinado: “Dime ahora de qué estrella se nutre tu mirada para saber qué sitio del horizonte es mío”. Sin embargo creo no se puede leer sin lo que sigue: “No sientes en tu sangre mi amor que se ha varado clavando en tus entrañas el ancla de mi grito”. Y más adelante: “Espérame, no importa que no llegue, esperando creerás que llegaré”.
No es posible entender la Guajira sin una tragedia de vida y de muerte, de muerte y de amor. Todo esto allí se revuelve y obviamente Luna de Arena termina trágicamente. Van en una Goleta Claudio, el extranjero y Bautista a recoger un contrabando, y de regreso Bautista, delante de Adelina, mata a Claudio y lo echa al mar. Y concluyo con este verso que define perfectamente la vida y la obra de Arturo Camacho Ramírez: “Es el momento de estar conmigo y de morir mi propia muerte, mi sola muerte, mi única muerte, mi diaria muerte prometida”.
ERNESTO SAMPER PIZANO