Popayán, 20 de octubre de 1873 – Popayán, 8 de julio de 1943
A LA MEMORIA DE JOSEFINA
I
De lo que fue un amor, una dulzura
sin par, hecha de ensueño y de alegría,
sólo ha quedado la ceniza fría
que retiene esta pálida envoltura.
La orquídea de fantástica hermosura,
la mariposa en su policromía
rindieron su fragancia y gallardía
al hado que fijó mi desventura.
Sobre el olvido mi recuerdo impera;
de su sepulcro mi dolor la arranca;
mi fe la cita, mi pasión la espera,
y la vuelvo a la luz, con esa franca
sonrisa matinal de Primavera:
¡Noble, modesta, cariñosa y blanca!
II
Que te amé, sin rival, tú lo supiste
y lo sabe el Señor; nunca se liga
la errátil hiedra a la floresta amiga
como se unió tu ser a mi alma triste.
En mi memoria tu vivir persiste
con el dulce rumor de una cántiga,
y la nostalgia de tu amor mitiga
mi duelo, que al olvido se resiste.
Diáfano manantial que no se agota,
vives en mí, y a mi aridez austera
tu frescura se mezcla, gota a gota.
Tú fuiste a mi desierto la palmera,
a mi piélago amargo, la gaviota,
¡y sólo morirás cuando yo muera!
LOS CAMELLOS
«Lo triste es así…»
Peter Altenberg
Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,
de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,
los cuellos recogidos, hinchadas las narices,
a grandes pasos miden un arenal de Nubia.
Alzaron la cabeza para orientarse, y luego
al soñoliento avance de sus vellosas piernas
-bajo el rojizo dombo de aquel cenit de fuego-
pasaron, silenciosos, al pie de las cisternas…
Un lustro apenas cargan bajo el azul magnífico,
y ya sus ojos quema la fiebre del tormento:
tal vez leyeron, sabios, borroso jeroglífico
perdido entre las ruinas de infausto monumento.
Vagando taciturnos por la dormida alfombra,
cuando cierra los ojos el moribundo día,
bajo la virgen negra que los llevó en la sombra,
copiaron el desfile de la melancolía.
Son hijos del Desierto: prestóles la palmera
un largo cuello móvil que sus vaivenes finge,
y en sus marchitos rostros que esculpe la Quimera
¡sopló cansancio eterno la boca de la Esfinge!
Dijeron las Pirámides que el viejo sol rescalda:
«amamos la fatiga con inquietud secreta…»
y vieron desde entonces correr sobre su espalda,
tallada en carne, viva, su triangular silueta.
Los átomos de oro que el torbellino esparce
quisieron en sus giros ser grácil vestidura,
y unidos en collares por invisible engarce
vistieron del giboso la escuálida figura.
Todo el fastidio, toda la fiebre, toda el hambre,
la sed sin agua, el yermo sin hembras, los despojos
de caravanas…, huesos en blanquecino enjambre…,
todo en el cerco bulle de sus dolientes ojos.
Ni las sutiles mirras, ni las leonadas pieles,
ni las volubles palmas que riegan sombra amiga,
ni el ruido sonoroso de claros cascabeles
alegran las miradas al rey de la fatiga.
¡Bebed dolor en ellas, flautistas de Bizancio,
que amaís pulir el dáctilo al son de las cadenas;
sólo esos ojos pueden deciros el cansancio
de un mundo que agoniza sin sangre entre las venas!
¡Oh, artistas! ¡Oh, camellos de la llanura vasta
que vais llevando a cuestas el sacro Monolito!
¡Tristes de Esfinges! ¡Novios de la Palmera casta!
¡Sólo calmais vosotros la sed de lo infinito!
¿Qué pueden los ceñudos? ¿Qué logran las melenas
de las zarpadas tribus cuando la sed oprime?
Sólo el poeta es lago sobre este mar de arenas,
sólo su arteria rota la Humanidad redime.
Se pierde ya a lo lejos la errante caravana
dejándome -camello que cabalgó el Exilio…
¡cómo buscar sus huellas al sol de la mañana,
entre las ondas grises de lóbrego fastidio!
¡No! Buscaré dos ojos que he visto, fuente pura
hoy a mi labio exhausta, y aguardará paciente
hasta que suelta en hilos de mística dulzura
refresque las entrañas del lírico doliente.
Y si a mi lado cruza la sorda muchedumbre
mientras el vago fondo de esas pupilas miro,
dirá que vio un camello con honda pesadumbre
mirando, silencioso, dos fuentes de zafiro…
Enfuriado el Maligno Spíritu
de la devota e sancta vida que
el dicho ermitanno facía, entróle
fuertemientre deseo de facerlo
caer en grande y carboniento
peccado. Ca estos e non otros
son sus pensamientos e obras.
APELES MESTRES.-Garín.
Palemón el Estilista, sucesor del viejo Antonio,
que burló con tanto ingenio las astucias del demonio,
antiquísima columna de granito
se ha buscado en el desierto por mansión;
y en un pie sobre la estela
ha pasado muchos días
inspirando a sus oyentes
el horror a los judíos
y el horror a las judías
que endiosaron, ¡ Dios del Cielo!,
que endiosaron a una hermosa
de la vida borrascosa,
que llamaban Herodías.
Palemón el Estilita «era un Santo». Su retiro
circuían mercadantes de Lycoples y de Tiro,
judaizantes de apartadas sinagogas,
que anhelaban de sus labios escuchar
la palabra de consuelo,
la palabra de verdad
que nos salve del castigo,
y de par en par el Cielo
nos entregue: solo abrigo
contra el pérfido enemigo
que nos busca sin cesar,
y nos tienta con el fuego de unos ojos
que destella bajo el lino de una toca,
con la púrpura de frescos labios rojos
y los pálidos marfiles de una boca.
Alrededor de la columna que habitaba el Estilita,
como un mar efervescente, muchedumbre ingente agita
los turbantes, los bastones y los brazos,
y demanda su sermón al solitario,
cuya hueca voz de enfermo
fuerzas cobra ante la mies
que el Señor ha deparado
a su hoz, y cruza el yermo
que turbaron otros tiempos los timbales de Ramsés.
Y les habla de las obras de piedad y sacrificio,
de las rudas tentaciones del Apóstol y del vicio
que llevamos en nosotros; del ayuno y el cilicio;
del vivir año tras año con las fieras,
bajo rotos quitasoles de palmeras;
y les cuenta lo que es sed y lo que es hambre,
lo que son las noches cálidas de Libia,
cuando bulle de planetas un enjambre
y susurra en los palmares aura tibia,
que provocan en el ánimo, cansado
de una vida muerta y loca,
los recuerdos tormentosos
que en los días pesarosos,
que en los días soñolientos
de tristezas y de calma
nos golpean en el alma
con sus mágicos acentos,
cual la espuma débil
toca
la cabeza dura y fría
de la roca.
De la turba que le oía,
una linda pecadora
destacóse: parecía
la primera luz del día;
y en lo negro de sus ojos
la mirada tentadora
era un áspid: amplia túnica de grana
dibujaba las esferas de su seno;
nunca vieron los jardines de Ecbatana
otro talle más airoso, blanco y lleno;
bajo el arco victorioso de las cejas
era un triunfo la pupila quieta y brava,
y, cual conchas sonrosadas, las orejas
se escondían bajo un pelo que temblaba
como oro derretido;
de sus manos blancas, frescas,
el purísimo diseño
semejaba lotos vivos
de alabastro,
irradiaba toda ella
como un astro;
era un sueño,
que vagaba
con la turba adormecida,
y cruzaba
-la sandalia al pie ceñida-
cual la muda sombra errante
de una sílfide,
de una sílfide seguida
por su amante.
Y el buen monje
la miraba,
la miraba,
la miraba,
y, queriendo hablar, no hablaba,
y sentía su alma esclava
de la bella pecadora de mirada tentadora;
y un ardor nunca sentido
sus arterias encendía,
y un temblor desconocido
su figura,
larga
y flaca
y amarilla,
sacudía:
¡ era amor! El monje adusto
en esa hora sintió el gusto
de los seres y de la vida;
su guarida
de repente abandonaron
pensamientos tenebrosos
que en la mente
se asilaron
del proscrito,
que, dejando su columna
de granito,
y en coloquio con la bella
cortesana,
se marchó por el desierto
despacito…
a la vista de la muda,
¡ a la vista de la absorta caravana!…
HIMNO DEL ESTUDIANTE
Alma ciencia, tus hijos hoy vienen
a mullir de coronas tu altar,
en ofrenda a la dulce esperanza
con que arrullas el arduo pensar.
Tú confieres invicta nobleza,
y ante el paria doblegas al rey,
sólo un canon regula tus ritos:
la desnuda verdad es tu ley.
Danos ya la vivífica norma
que redime el humano dolor
y congregue en la mesa del mundo
al esclavo de ayer y al señor.
Tú nos das, como otrora Minerva,
pulcro acero de sino triunfal,
para herir la soberbia impostura
y vencer los tigres del mal.
Quien bebió de tu mágico filtro
seguirá del Espíritu en pos,
ya descienda hasta el limo del hombre
o remonte hasta el ápice: ¡Dios!
A tu aljaba pedimos ansiosos
fieros dardos del libre volar
que defiendan los patrios anhelos
en la tierra, en el aire y el mar.
Cifras somos del hoy y el mañana,
nos encienden amor y virtud,
escuchad la palabra sublime:
Juventud, Juventud, Juventud.
Signo grácil de luz y armonía,
nos preside una Reina feliz,
campo níveo con halo de aurora,
viva imagen de heráldico lis.