Curití, Santander, 2 de enero de 1865 – Bogotá, 23 de enero de 1938
¿Quieres que hablemos? Está bien. Empieza.
Habla a mi corazón como otros días…
Pero nó!… qué dirías?
¿Qué podrías decir a mi tristeza?
… No intentes disculparte: todo es vano!
Ya murieron las rosas en el huerto;
el campo verde lo secó el verano,
y mi fe en tí, como mi amor, ha muerto.
Amor arrepentido,
ave que quieres regresar al nido
al través de la escarcha y las neblinas;
amor que vienes aterido y yerto,
donde fuiste feliz… ya todo ha muerto!
No vuelvas… ¡todo la hallarás en ruinas!
A qué has venido? Para qué volviste?
Qué buscas? … Nadie habrá de responderte!
Está sola mi alma, y estoy triste,
inmensamente triste hasta la muerte.
Todas las ilusiones que te amaron,
las que quisieron compartir tu suerte,
mucho tiempo en la sombra te esperaron,
y se fueron… cansadas de no verte.
Cuando por vez primera
en mi camino te encontré, reía
en los campos la alegre primavera…
todo era luz, aromas y armonías.
Hoy todo cuán distinto… Paso a paso,
y solo voy por la desierta vía,
-nave sin rumbo entre revueltas olas-
pensando en las tristezas del ocaso,
y en las tristezas de las almas solas.
En torno la mirada no columbra
sino aspereza y páramos sombríos;
los nidos en la nieve están vacíos,
y la estrella que amámos, ya no alumbra
el azul de tus sueños y los míos.
Partiste para ignota lontananza
cuando empezaba a descender la sombra.
…Recuerdas? Te llamaba mi esperanza,
¡pero ya mi esperanza no te amaba!
No ha de nombrarte!… Para qué? Vacía
está el ara, y la historia yace trunca.
¡Ya para qué esperar que irradie el día!
¡Ya para qué decirnos: TODAVIA,
si una voz grita en nuestras almas: NUNCA
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Dices que eres la misma; que en tu pecho
la dulce llama de otros tiempos arde;
que el nido del amor no está deshecho;
que para amarnos otra vez no es tarde…
Te engañas!… No lo creas!… ya la duda
echó en mi corazón fuertes raíces,
ya la fe de otros años no me escuda;
quedó de sueños mi ilusión desnuda,
y no puedo creer lo que me dices.
No lo puedo creer! Mi fe burlada
mi fe en tu amor perdida,
es ancla de una nave destrozada,
ancla en el fondo de la mar caída.
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Anhelos de un amor, castos, risueños,
ya nunca volverán … Se van.. se esconden.
Los llamas?… Es inútil… No responden.
¡Ya los cubre el sudario de mis sueños!
Hace tiempo se fue la primavera…
¡Llegó el invierno fúnebre y sombrío!
Ave fue nuestro amor, ave viajera,
¡y las aves se van cuando hace frío!
Al través de las brumas y la nieve,
En el rostro el dolor, la vista inquieta,
El pie cansado vacilante mueve…
Allá va, ¿no lo veis? ¡Pobre poeta!
Sobre el herido corazón coloca
La lira meliodosa, y macilento,
Sentado al pie de la desnuda roca,
Así prorrumpe en desmayado acento:
«Ved las hojas marchitas, ved el ave,
Envueltas van en raudo torbellino…
¿A dónde van? ¿A dónde voy? ¡Quién sabe!
¡Yo también soy como ellas peregrino!
»Huyendo voy del tráfago mundano
Con el rostro en las manos escondido.
Mudable y débil corazón humano,
¡Hasta dónde, hasta dónde has descendido!
»Ya a Dios los necios hombres escarnecen
Y alzan al dios del interés loores.
¡Sus almas sin amor ni fe parecen
Nidos sin aves, fuentes sin rumores!
»Jamás la ola aunque con furia luche
Conmoverá las rocas; ¡e imposible
Que el triste grito del alción se escuche
De la tormenta entre el fragor terrible!
»La Poesía morirá en la lucha,
El destino cruel sus horas cuenta;
¡Poetas! vuestros cantos nadie escucha,
¡Sois el alción de la social tormenta!
»Yo vi en mis sueños de poeta un día
De laurel en mi lira una corona;
Hoy triste siento que en la frente mía
Un gajo de ciprés se desmorona.
»Yo quise alzar el vuelo a las ignotas
Fuentes de eterna luz, ¡al infinito!
Y hoy en el mundo, con las alas rotas,
Cual ave sola en su prisión me agito.
»Como una clara estrella vi en mi anhelo
Sonreír en mi cielo la esperanza.
Hoy cubren negras sombras ese cielo,
¡Hoy la luz a mi alma ya no alcanza!
»Huyendo el mundo y su incesante ruido,
Vengo a esta soledad sombría y honda.
Ella por siempre mi último gemido,
¡Mi último canto y mi vergüenza esconda!
»Tu muerte ¡oh Poesía! el siglo canta,
Y del campo inmortal de las ideas
El himno del trabajo se levanta
Y dice al porvenir: ¡Bendito seas!
»¡La indiferencia con su ceño grave
Me relega al silencio y al olvido!
Pobre y triste poeta ¡Soy un ave
Que al fin se muere sin hallar un nido!»
Dijo, y rompió la lira melodiosa
Do entonaba sus cantos y querellas…
Y al cielo levantó la faz llorosa,
¡Y en el cielo brotaban las estrellas!
INMORTALIDAD
I
A la luz de la tarde moribunda
recorro el olvidado cementerio
y una dulce piedad mi pecho inunda
al pensar de la muerte en el misterio.
Del occidente a las postreras luces
mi errabunda mirada sólo advierte
los toscos leños de torcidas cruces,
despojos en la playa de la Muerte.
De madreselvas que el abril enflora,
cercado humilde en torno se levanta,
donde vierte sus lágrimas la aurora,
y donde el ave, por las tardes, canta.
Corre cerca un arroyo en hondo cauce
que a trechos lama verdinegra viste,
y de la orilla se levanta un sauce,
cual de la muerte centinela triste.
Y al oír el rumor en la maleza,
mi mente inquiere, de la sombra esclava,
si es rumor de la vida que ya empieza,
o rumor de la vida que se acaba.
“¿Muere todo?” me digo. En el instante
alzarse veo de las verdes lomas,
para perderse en el azul radiante,
una blanca bandada de palomas.
Y del bardo sajón el hondo verso,
verso consolador, mi oído hiere:
“no hay muerte porque es vida el universo;
los muertos no están muertos… ¡nada muere!”.
II
¡No hay muerte! ¡Todo es vida!…
El sol que ahora,
por entre nubes de encendida grana
va llegando al ocaso, ya es aurora
para otros mundos, en región lejana.