José Eustasio Rivera

José Eustasio Rivera 1

Huila, 19 de febrero de 1888 – Nueva York, 1.° de diciembre de 1928

CANTADORA SENCILLA

 

Cantadora sencilla de una gran pesadumbre,

entre ocultos follajes, la paloma torcaz,

acongoja las selvas con su blanda quejumbre,

picoteando arrayanas y pepitas de agraz.

 

Arrurruúu… canta viendo la primera vislumbre;

y después, por las tardes, al reflejo fugaz,

en la copa del guáimaro que domina la cumbre

ve llenarse las lomas de silencio y de paz.

 

Entreabiertas las alas que la luz tornasola,

se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola;

y esponjado el plumaje como leve capuz,

 

al impulso materno de sus tiernas entrañas,

amorosa se pone a arrullar las montañas…

y se duermen los montes… y se apaga la luz.

 

ATROPELLADOS

 

Atropellados  por la pampa suelta,

los raudos potros, en febril disputa,

hacen silbar sobre la sorda ruta

los huracanes en su crin revuelta.

 

Atrás dejando la llanura envuelta

en polvo, alargan la cerviz enjuta,

y a su carrera retumbante y bruta,

cimbran los pindos y la palma esbelta.

 

Ya cuando cruzan el austral peñasco,

vibra un relincho por las altas rocas;

entonces paran el triunfante casco,

 

resoplan, roncos, ante el sol violento,

y alzando en grupo las cabezas locas

oyen llegar el retrasado viento.

 

LA GENTIL CALENTANA

 

La gentil calentana, vibradora y sumisa,

de cabellos que huelen a florido arrayán,

cuando danza bambucos entristece la risa…

y se alegra el susurro de sus faldas de olán.

 

Es más clara que el agua, más sútil que la brisa;

el ensueño la llena de romántico afán,

y en los llanos inmensos, a la luz imprecisa,

tras las garzas viajeras sus miradas se van.

 

Siempre el sol la persigue, la sonroja y la besa;

con el alma del río educó su tristeza

al teñir los palmares el postrer arrebol.

 

¡Oh, daré mis caricias a su boca sonriente,

y los vivos rubores borrarán de su frente

esa pálida huella de los besos del sol!

 

 

DEJANDO EN LA RESACA

 

Dejando en la resaca mi barqueta,

bajo los platanales me extravió;

y, echado en el silencio del sombrío,

mi ser se aclara como el agua quieta.

 

Perfumo mis nostalgias de poeta

en el sagrado ambiente del plantío;

recojo ensueños, y al tornar al río,

queda vertiendo lágrimas la grieta.

 

Con el alma impregnada de poleo,

oigo gemir la triste chilacoa;

humilde y solo en el playón me veo.

 

y ya cuando al crepúsculo me embarco,

por donde va pasando mi canoa,

florecen las estrellas en el charco.