Porfirio Barba Jacob

 

Porfirio Barba Jacob

Santa Rosa de Osos, 29 de julio de 1883 – Ciudad de México, 14 de enero de 1942

 

CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA

 

                                                                                                         El hombre es cosa vana,  variable

                                                                                                                                               y  ondeable

                                                                                                                                                Montaigne

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,

como las leves briznas al viento y al azar…

Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonría…

La vida es clara, undívaga y abierta como un mar…

 

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,

Como en Abril el campo, que tiembla de pasión;

bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,

el alma está brotando florestas de ilusión.

 

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos…

-¡niñez en el crepúsculo! ¡lagunas de zafir

que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,

¡y hasta las propias penas! nos hacen sonreír…

 

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,

como la entraña obscura de obscuro pedernal;

la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,

en rútilas monedas tasando el bien y el mal.

 

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,

que nos depara en vano su carne la mujer:

tras de ceñir un talle y acariciar un seno,

la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

 

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,

como en las noches lúgubres el llanto del pinar:

el alma gime entonces bajo el dolor del mundo,

y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.

 

Mas hay también ¡oh Tierra! un día… un día… un día…

en que levamos anclas para jamás volver…

un día en que discurren vientos ineluctables.

¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

 

La Habana, 1914

 

 SOBERBIA

Le pedí un sublime canto que endulzara

mi rudo, monótono y áspero vivir.

El me dio una alondra de rima encantada…

¡Yo quería mil!

 

Le pedí un ejemplo del ritmo seguro

con que yo pudiera gobernar mi afán.

Me dio un arroyuelo, murmurio nocturno…

¡Yo quería un mar!

 

Le pedí una hoguera de ardor nunca extinto,

para que a mis sueños prestase calor.

Me dio una luciérnaga de menguado brillo…

¡Yo quería un sol!

 

Qué vana es la vida, qué inútil mi impulso,

y el verdor edénico, y el azul abril…

¡Oh sórdido guía del viaje nocturno:

¡Yo quiero morir!

 

FUTURO

Decid cuando yo muera… (¡y el día este lejano!)

soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,

en el vital deliquio por siempre insaciado

era una llama al viento…

 

Vagó, sensual y triste, por las islas de su América;

en un pinar de honduras vigorizó el aliento;

la tierra mexicana le dio su rebeldía,

su libertad su fuerza … Y era una llama al viento

 

De simas no sondadas subía a las estrellas;

un gran dolor incógnito vibraba por su acento;

fue sabio en sus abismos- y humilde, humilde, humilde-

porque no es nada una llamita al viento…

 

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,

que nunca lira humana jamás esclareció,

y nadie ha comprendido su trágico lamento…

era una llama al viento y el viento la apagó.